domingo, julio 19, 2009

Caminante


Caminar. Me encanta caminar. Casi tanto como escribir. Es muy difícil encontrar personas con mi misma afición. Sobre todo si vives tan lejos y tienes que movilizarte horas en un bus lleno en los que si no tienes algo que leer, no te queda otra que dormir.

Me fascina caminar. He roto varios pares de zapatos de tanto hacerlo. Camino cerca de una hora diaria para tomar mi carro. Hay días en los que camino mucho más, son los días que estoy acompañada por otro aficionado a la caminata. Pero por lo general lo hago sola. Y no me hago ningún problema por ello.

Adoro caminar. Pero durante todo un año lo hice para despejar mi mente de más de una depresión continua. Mi recorrido favorito (y obligatorio) es Surquillo – San Isidro. Caminando no sólo imagino las mil y un historias acerca de cómo será mi vida en el futuro, sino también, voy pensando acerca de las cosas que he hecho en mi día, alguno que otro pendiente que debo hacer al día siguiente, o simplemente, en la persona que en ese momento me mueva el tapete.

Camino y camino y camino sin cansancio. Durante algún tiempo tuve un compañero de caminata. Fue antes de que comience el invierno que un personaje se unió a mi largo tramo de meditación. Ya lo había hecho antes, alguna vez lo llevé conmigo casi a rastras hasta mi paradero en la Javier Prado con Petit Thouars. Lo interesante de que caminara a mi lado era que tenía alguien a quién contarle en qué estaba pensando y no sólo se quedaba en mi clásico monólogo personal. Pero también, logró despertar en mí más de un sentimiento que hoy se ha vuelto a dormir.

Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Y andando los primeros días de compañía, me detenía en cada esquina a darme un beso que no podía esquivar. Abrazos, tomados de la mano y besos a por doquier acompañaban nuestro largo trayecto entre Surquillo y El Olivar, el cual recorríamos entre conversaciones, risas y explicaciones del por qué de nuestro comportamiento.

Caminito que me llevas al cielo. Y al cielo me llevaba entre suspiros enamorados. El sentimiento surgió sin querer, y durante casi dos meses me siguió acompañando en mi largo camino. Conoció cómo era, mis manías, mis mentiras y verdades, mis sueños y mis locuras. Me conoció en cuerpo entero, en blanco y negro y a color. Me conoció en todos los aspectos que pueden conocerte y me entendió. Lo más importante para mí fue que me entendió. Como nadie lo había hecho hasta el momento. A pesar de que le costó, logró aceptar mis silencios y mis miradas. Todo lo entendió.

Caminos cruzados. Pero no lo entendí. Nunca supe leer más allá de su mirada qué pasaba por su mente. No pude comprender cómo fue que de un momento a otro volvía a caminar sola por esas calles que habían sido mudas testigos del renacer de un corazón. Y volví a recorrer las mismas calles, pero ahora llena de recuerdos. Caminando revivía aquello que había vuelto a despertar en mí el deseo de comenzar otra vez. Ya no imaginaba futuros fantásticos ni mis cosas del día ni mis pendientes para el día siguiente. Sólo recordaba.

Caminos difíciles. Y sigo caminando. Caminar es tan buen desahogo como escribir. Lo hago sola y de vez en cuando alguien me acompaña. Pero no es igual. Debo admitir que lo extraño. Pero debo comprender que la soledad a veces es buena consejera. Seguiré caminando sola hasta que nuevamente haya alguien que se anime a acompañarme en ese camino. Mientras tanto, mientras camino, seguiré pensando en aquel caminante que con un solo beso logró despertar un corazón dormido, y con otro, lo volvió a arrullar.

domingo, julio 05, 2009

Días grises de verano


La fecha de mi cumpleaños siempre es y ha sido para mí el mejor día del año. Me gusta sentirme el centro de atención (aunque suene tan ególatra) y recibir abracitos y saludos de mis seres queridos. Pero también me sirve para medir cuán importante resulto para las personas que para mí lo son.

A lo largo de los años, me he dado cuenta que a pesar de siempre estar rodeada de mucha gente, soy una persona solitaria. Y lo peor de todo es que al parecer me agrada estarlo. La gente que he ido conociendo y que en algún momento significaron algo especial en mi vida, poco a poco quedan en el olvido, o es tan poco el contacto que tengo con ellos que simplemente, preferimos obviarnos.

Pero, también existen algunos que no contentos con que los olvide, me buscan años después intentando que recuerde con detalle todo lo vivido con ellos. Y lo peor, que recuerde a sus amigos, y a los amigos de sus amigos.

No puedo negar que soy muy detallista y que por lo general recuerdo muy bien fechas y demás cosas que podrían considerar insignificantes, pero tampoco soy una computadora humana ni una agenda con alarma.

Pero regresemos al tema de mi cumpleaños. Resulta que mi forma de medir cuánto me “quieren” mis amigos, es si me visitan o por lo menos me llaman, me envían un mensaje de texto diciendo que no irán a verme, o me mandan mails o tarjetitas virtuales (cosa que les perdonaba a mis amigos que por motivos de distancia, es decir, que no estaban en Lima, no podían ir a mi casa). Claro, yo tampoco vivo en una zona muy céntrica que digamos, así que por lo general perdono el hecho de que mucha gente prefiera no visitarme en mi cumpleaños. Además está el hecho de que mi día especial, como prefiero llamarlo, cae por lo general en último fin de semana de carnavales.

Mi cumpleaños número 23 cayó en día sábado. Tal y como me gusta, me levanté muy temprano con el abrazo apachurrado de mis hermanas y mi abuela y mi mamá, con la llegada de mis tías más cercanas y algunos mensajes en el celular. La llamada de unos amigos no se hizo esperar y los mensajitos de texto de amigas de mi anterior chamba tampoco. Mis amigos especiales de la oficina se acordaron entre mensajes y llamadas telefónicas. Uno de ellos desde Lunahuaná, por lo que le perdoné su no asistencia a mi humilde morada. Prendí la compu apenas me levanté para leer con agrado mails de mis amigas argentina y mexicana, con quienes a pesar de la distancia, nos une un gran deseo de conocernos en persona algún día, a parte de aficiones Potterianas y algunos secretitos soltados en horas de conversación virtual.

Pero, él no me había llamado, ni escrito, ni mensaje de texto ni mails. Simplemente parecía no acordarse de que aún me consideraba su enamorada, de que llevábamos casi 4 años de relación y que su presencia en mi día era lo único que anhelaba más que nada en el mundo.

Y me llamó. Pero tan frío que preferí que no lo hubiera hecho. De un feliz cumpleaños, como estás... no pasó. Y cometí el error más frecuente que comenten las mujeres enamoradas: le pedí que no dejara de llegar a mi casa a darme el abrazo en persona, y como se mostró reacio, se lo pedí por favor, aunque como creo que se entiende, se lo rogué.

Su arribo fue mientras me entretenía viendo la lucha libre (sí! Estaba viendo televisión!!! En el día de mi cumpleaños!!!). Le abrí la puerta emocionada, pero su actitud era peor que al teléfono. Supuse que sería el cansancio del viaje (de La Molina hasta mi casa son más o menos dos horas de distancia), así que le ofrecí se sentara a mi lado para ver juntos el deporte que él me enseñó a apreciar.

Mi mamá apareció en la sala y lo saludó, luego hicieron su aparición mi abuela y mis hermanas, e hicieron lo mismo. Con una sonrisa de medio lado y casi a la fuerza aceptaba los comentarios de mi familia, hasta que nos dejaron solos.

Inmediatamente le ofrecí mi mano, con la intención de que me jale hacia él y me abrace, como siempre lo hacía. Pero apenas lo hizo, fingió una llamada telefónica y me soltó. Se quedó entretenido en su teléfono celular unos instantes, antes de concentrarse nuevamente en la televisión.

A pesar de todo estaba allí, el hombre de mi vida, con el que había pasado los momentos más felices, con el que tenía el récord de no discusiones en más de dos años, el que fue desde siempre mi mejor amigo. No me importó su mal humor ni su falta de muestras de cariño. Hasta que hizo algo que realmente me molestó.

Él me tenía a su lado, cuando recordó que tenía una revista entre sus manos, la cual de un momento a otro abrió y comenzó a leer. Era lo último que podía soportar. Y me crucé de brazos y me concentré en la televisión. Como la lucha libre ya había terminado, tomé el control remoto y comencé con el zapping. Cuando encontré algo interesante, lo dejé. Tan sólo entonces se dio cuenta de lo que había hecho. Como aún estábamos solos en la sala, me tomó de los hombros y me apoyó contra su pecho. Sin palabras. Pero ya estaba consumado. Mi cumpleaños, mi día especial, el que más espero del año, estaba arruinado.

No pasaron ni cinco minutos más y anunció su retirada. Lo acompañé hasta la puerta, lo despedí con un beso que casi esquiva y se fue. Sin más ni más. Regresé llorando hacia mi sala. Y en mi mar de lágrimas entendí que sólo podía significar algo. Estaba enamorada.

Llegaron mis amigos de la universidad. Mis mejores amigos, el grupo al que él también pertenecía. Su intención era llevarme a bailar. Pero no había nada que me sacara de mi trance. Él ya no estaba. Simplemente mi día se había terminado.

miércoles, junio 24, 2009

Escribir, mi gran desahogo



No recuerdo cuándo comencé a escribir. Pero me encanta hacerlo. He escrito de todo desde que tengo uso de razón. Mi mamá dice que lo primero que escribí fue un poema dedicado a mi muñeca. Obviamente no lo guardo en mi memoria y mucho menos tengo registrado aquello que escribí cuando tenía apenas 7 años. Recuerdo que siempre le había pedido de regalo a mi mamá un diario. Cuando me lo regalaron, simplemente nunca supe qué escribir, hasta que soñé algo interesante con un niño que me gustaba, allí por 1994. Yo apenas contaba con 10 años, pero digamos que fue lo primero que pude escribir y que recuerdo.

Siempre se me hizo muy fácil escribir. Incluso mucho más que hablar, y eso que siempre tuve facilidad de palabra. Sin embargo, en los últimos años, mi mutismo ha ido ganando a mi elocuencia y ahora se me hace dificilísimo expresarme con propiedad. Un amigo me dice (y a veces me lo reclama) que es como si tuviera dos personalidades: la del chat, correo electrónico y todo en lo que se tenga que escribir, y la de en persona, en la que con cucharita pueden apenas y sacarme un par de palabras bien expresadas.

Cuando estoy triste, escribo. Cuando estoy feliz, escribo. Cuando estoy enamorada, escribo. Cuando odio, escribo. Cuando estoy ociosa, escribo. Escribo siempre y cuando tenga algo interesante que escribir. Hoy simplemente quiero hacerlo, a pesar de no tener una idea clara de qué es lo que quiero plasmar en estas líneas.

Tuve un blog, que aún existe, de crónicas que escribía por obligación y que debía presentar todos los lunes para un curso con Manuel Jesús Orbegozo, de quien adopté un estilo extraño para narrar lo que me pasaba. Hacer interesantes para alguien más que para mí diferentes cosas que me sucedían a diario. Sin embargo, a pesar que recibí buenas críticas del mismo, lo he tenido abandonado por más de un año. Creo que lo retomaré, y éste será mi siguiente post.

Escribir para mí, ¿qué significa? Todo y nada a la vez. Todo porque me ayuda a mostrar el lado más oculto de mi corazón, todo aquello que en persona no puedo expresar. Nada porque por lo general todo lo que he escrito está archivado en diarios, cajones y archivos bloqueados de pc’s.

Cada vez que necesito desahogarme, escribo. Por lo general escribo en lo que tenga en frente. Mi computadora del trabajo es un buen guardián de cartas a nadie que almaceno con la esperanza de que algún día lleguen a su destinatario. Tengo un fic de Harry Potter que aún no termino que también anda por aquí, además del diario personal de mi Lotus (servidor de correo), en el que escribo las desventuras diarias de una novel comunicadora en un área de seguridad.

El cajoncito de la mesa de noche alberga los poemas que en épocas de depresión absurda (por lo general, debido a mis primeros “amores” adolescentes) escribía en cuanto papel encontrara (nuevo por lo general, cuadernos universitarios, hojas que eran para exámenes, blocks y demás), además de alguna que otra tarea para el colegio y mis fics de Dragon Ball, la serie televisiva japonesa que, insisto y seguiré insistiendo así nadie me crea, marcó mi vida de tal forma que todas las historias que inventó mi cabeza y que algún día trasladaré a físico, se basan en ella.

Y mi diario. Amores, desamores, fiascos y demás están escritos con tintas de diversos colores en esas páginas olorizadas y entre las caras de Mickey y Minnie Mouse del diario íntimo que me regaló mi hermana el día de mi cumpleaños número 15. Ese diario, que más parece anuario debido a que escribo en él cada vez que me acuerdo o se me da por hacerlo, guarda más de un secreto que de llegar a manos de mi madre, terminaría en escándalo familiar.


Sin embargo, a pesar de que mi producción literaria (y no tan literaria) se podría considerar hasta abundante, no he tenido la oportunidad de compartirla con nadie más que con un selecto grupo de personas dignas de mi confianza y que incluyen algunos ex amores y uno que otro amigo que sé que apreciará mi afición.

domingo, junio 21, 2009

El regreso...

Luego de mucho tiempo me animo a volver a postear. Creo que ha pasado bastante y no es que haya dejado de escribir, sólo que no quería hacerme de un tiempo para publicar lo escrito.

En estos años me han pasado muchas cosas, y algunas de ellas están plasmadas en historias cortas que podrán leer. A partir de hoy...