domingo, julio 05, 2009

Días grises de verano


La fecha de mi cumpleaños siempre es y ha sido para mí el mejor día del año. Me gusta sentirme el centro de atención (aunque suene tan ególatra) y recibir abracitos y saludos de mis seres queridos. Pero también me sirve para medir cuán importante resulto para las personas que para mí lo son.

A lo largo de los años, me he dado cuenta que a pesar de siempre estar rodeada de mucha gente, soy una persona solitaria. Y lo peor de todo es que al parecer me agrada estarlo. La gente que he ido conociendo y que en algún momento significaron algo especial en mi vida, poco a poco quedan en el olvido, o es tan poco el contacto que tengo con ellos que simplemente, preferimos obviarnos.

Pero, también existen algunos que no contentos con que los olvide, me buscan años después intentando que recuerde con detalle todo lo vivido con ellos. Y lo peor, que recuerde a sus amigos, y a los amigos de sus amigos.

No puedo negar que soy muy detallista y que por lo general recuerdo muy bien fechas y demás cosas que podrían considerar insignificantes, pero tampoco soy una computadora humana ni una agenda con alarma.

Pero regresemos al tema de mi cumpleaños. Resulta que mi forma de medir cuánto me “quieren” mis amigos, es si me visitan o por lo menos me llaman, me envían un mensaje de texto diciendo que no irán a verme, o me mandan mails o tarjetitas virtuales (cosa que les perdonaba a mis amigos que por motivos de distancia, es decir, que no estaban en Lima, no podían ir a mi casa). Claro, yo tampoco vivo en una zona muy céntrica que digamos, así que por lo general perdono el hecho de que mucha gente prefiera no visitarme en mi cumpleaños. Además está el hecho de que mi día especial, como prefiero llamarlo, cae por lo general en último fin de semana de carnavales.

Mi cumpleaños número 23 cayó en día sábado. Tal y como me gusta, me levanté muy temprano con el abrazo apachurrado de mis hermanas y mi abuela y mi mamá, con la llegada de mis tías más cercanas y algunos mensajes en el celular. La llamada de unos amigos no se hizo esperar y los mensajitos de texto de amigas de mi anterior chamba tampoco. Mis amigos especiales de la oficina se acordaron entre mensajes y llamadas telefónicas. Uno de ellos desde Lunahuaná, por lo que le perdoné su no asistencia a mi humilde morada. Prendí la compu apenas me levanté para leer con agrado mails de mis amigas argentina y mexicana, con quienes a pesar de la distancia, nos une un gran deseo de conocernos en persona algún día, a parte de aficiones Potterianas y algunos secretitos soltados en horas de conversación virtual.

Pero, él no me había llamado, ni escrito, ni mensaje de texto ni mails. Simplemente parecía no acordarse de que aún me consideraba su enamorada, de que llevábamos casi 4 años de relación y que su presencia en mi día era lo único que anhelaba más que nada en el mundo.

Y me llamó. Pero tan frío que preferí que no lo hubiera hecho. De un feliz cumpleaños, como estás... no pasó. Y cometí el error más frecuente que comenten las mujeres enamoradas: le pedí que no dejara de llegar a mi casa a darme el abrazo en persona, y como se mostró reacio, se lo pedí por favor, aunque como creo que se entiende, se lo rogué.

Su arribo fue mientras me entretenía viendo la lucha libre (sí! Estaba viendo televisión!!! En el día de mi cumpleaños!!!). Le abrí la puerta emocionada, pero su actitud era peor que al teléfono. Supuse que sería el cansancio del viaje (de La Molina hasta mi casa son más o menos dos horas de distancia), así que le ofrecí se sentara a mi lado para ver juntos el deporte que él me enseñó a apreciar.

Mi mamá apareció en la sala y lo saludó, luego hicieron su aparición mi abuela y mis hermanas, e hicieron lo mismo. Con una sonrisa de medio lado y casi a la fuerza aceptaba los comentarios de mi familia, hasta que nos dejaron solos.

Inmediatamente le ofrecí mi mano, con la intención de que me jale hacia él y me abrace, como siempre lo hacía. Pero apenas lo hizo, fingió una llamada telefónica y me soltó. Se quedó entretenido en su teléfono celular unos instantes, antes de concentrarse nuevamente en la televisión.

A pesar de todo estaba allí, el hombre de mi vida, con el que había pasado los momentos más felices, con el que tenía el récord de no discusiones en más de dos años, el que fue desde siempre mi mejor amigo. No me importó su mal humor ni su falta de muestras de cariño. Hasta que hizo algo que realmente me molestó.

Él me tenía a su lado, cuando recordó que tenía una revista entre sus manos, la cual de un momento a otro abrió y comenzó a leer. Era lo último que podía soportar. Y me crucé de brazos y me concentré en la televisión. Como la lucha libre ya había terminado, tomé el control remoto y comencé con el zapping. Cuando encontré algo interesante, lo dejé. Tan sólo entonces se dio cuenta de lo que había hecho. Como aún estábamos solos en la sala, me tomó de los hombros y me apoyó contra su pecho. Sin palabras. Pero ya estaba consumado. Mi cumpleaños, mi día especial, el que más espero del año, estaba arruinado.

No pasaron ni cinco minutos más y anunció su retirada. Lo acompañé hasta la puerta, lo despedí con un beso que casi esquiva y se fue. Sin más ni más. Regresé llorando hacia mi sala. Y en mi mar de lágrimas entendí que sólo podía significar algo. Estaba enamorada.

Llegaron mis amigos de la universidad. Mis mejores amigos, el grupo al que él también pertenecía. Su intención era llevarme a bailar. Pero no había nada que me sacara de mi trance. Él ya no estaba. Simplemente mi día se había terminado.

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