lunes, junio 06, 2005

Entre sustos y alivios: Un Miércoles para recordar


Miércoles, 7.30 am. Un nuevo día en la aburrida rutina de miles de limeños que se movilizan a tempranas horas hacia sus centros de labores. Un día más, mezclados entre el pavimento, los semáforos, la infernal congestión vehicular y los choferes que hacen de Lima, una ciudad sin igual.

Los paraderos están abarrotados de gente que pugna por subirse a un vehículo de transporte público. Todos pasan llenos. Todos quieren llegar a su destino. Pero, el camino les puede deparar muchas sorpresas, tanto para choferes, como para usuarios.

"Si tuviera más dinero, me iría en taxi", exclama una señora de cuerpo rechonchito que viste una mini falda muy apretada, mientras intenta subir a un ómnibus de la línea "El Rápido" que tiene varios pasajeros viajando en el estribo. "Pero como está la situación", continúa, "tengo que correr el riesgo de caerme o que me roben la cartera".

Al grito del cobrador "pisa, pisa", el ómnibus avanza. A pesar de su tamaño y la cantidad de pasajeros que lleva, lo hace a una velocidad rápida, adelantando a otras unidades de transporte más pequeñas. El cobrador, con su camisita celeste y su casaca azul y rojo, sube el volumen del radio, para no oír las quejas de los pasajeros que no quieren que sigan subiendo más personas al vehículo. "Está lleno", exclaman, "a dónde ya los vas a subir".

"Apéguense, por favor, al centro hay sitio... por favor señorita colabore, apéguese por favor". El cobrador, utilizando pésimamente el castellano, pide a los pasajeros que avancen ante los reclamos de estos por lo apretados que viajan. "Pero qué se puede hacer", dice un señor que va sentado leyendo el diario El Bocón, sin importarle los empujones que recibe por parte de una señorita de espigada figura que va a su lado de pie. "Quien quiere viajar, tiene que viajar como pueda".

El recorrido es largo. Desde Carabayllo hasta Villa María del Triunfo. El chofer está listo para él. Viene realizando la ruta desde hace algunos años, además su brevete A3 lo confirma. Es un experto en su trabajo. Tan experto que esquiva ticos, combis, mototaxis y todo vehículo que se le atraviese en el camino. Misma pericia que lo llevaría a librar de una muerte segura a más de una veintena de pasajeros y a algunos transeúntes.

Después de haber "llenado" el ómnibus con más de un centenar de personas, el cobrador pide al chofer ir "de frente". El chofer pone en el máximo el volumen del radio, que está en la emisora Inca Sat. Ya ha recorrido casi la mitad de la Av. Universitaria, y acaba de salir del distrito de Comas. Entra a Los Olivos y cruza a toda velocidad la Panamericana Norte.

Un señor de bigotes y saco y corbata pide a una señora que viaja sentada abrir la ventana. "Me voy a despeinar", dice la señora frunciendo el ceño. A lo que varios pasajeros responden con cierto sarcasmo "entonces córtese el pelo, que nosotros queremos respirar". La señora finalmente, abre la ventana, y era mejor, pues los vidrios comenzaban a empañarse.

El ómnibus cruza el último semáforo antes del incidente cuando éste se encontraba en ámbar. La velocidad a la que iba era impresionante para un vehículo de su peso y tamaño. Muchas personas al verlo pasar aún levantaban el brazo, intentando parar a "El Rápido", pero nada lo detenía, literalmente hablando.

Un grito y un chirrido en las llantas alertó a todos los pasajeros. Un niño comenzó a llorar y de allí todo sucedió tan rápido que resultó confuso para muchos. Sin embargo, para algunos, este pasó en cámara lenta y delante de sus ojos la historia de su vida se contó en sólo 5 segundos.

La velocidad era excesiva para ese vehículo, pero tanto así, que en el cruce de las avenidas Universitaria y Naranjal, el chofer no pudo frenar. Pisó con todas sus fuerzas, pero no resultó. Entonces dijo al cobrador "grita a la gente que se quite del camino". El cobrador, entre susto y valentía, sacó la cabeza por la ventana y comenzó a gritar "¡retírense!".

Dentro de "El Rápido", los pasajeros gritaban y se empujaban al balanceo del vehículo, cuyo chofer intentaba desesperadamente detener. Entonces, la solución se presentó frente a los ojos del experto al volante. Antes de llegar al cruce, había una pequeña entrada hacia un grifo, con esa maniobra seguro que el carro se detenía, pensó. Y realmente, fue así. Hizo un giro brusco hacia la derecha. Entró a la vía auxiliar. El ómnibus se detuvo.

Dentro del vehículo, se sentía un aire de confusión y a la vez alivio. Las imágenes de la vida de cada uno de los pasajeros dejó de ser en blanco y negro, y volvió a la colorida realidad limeña. Uno a uno fueron bajando de "El Rápido" muy callados. Algunos agradecían porque no había pasado de ser un susto y algunos otros refunfuñaban por la imprudente velocidad. Pero todos pensaban en una sola cosa ahora: debían llegar a sus centros de labores, pues se les hacía tarde.

El chofer, con sudor en la frente, respiraba más tranquilo. Había salvado la vida de muchas personas. Se sacó la casaca azul y roja y se bajó del vehículo para ver que había pasado para que no funcionaran los frenos. Una delgada línea de un líquido era la silenciosa senda del que iba a ser un accidente con temibles repercusiones: el líquido de frenos se había vaciado desde el último semáforo que había cruzado temerariamente.

La calle nuevamente regresó a su rutina. Los pasajeros del ómnibus se fueron poco a poco. En las combis y demás vehículos se escuchaban a todo volumen pintorescas canciones. El datero de la esquina seguía gritando a los cobradores para que estos le dieran unos centavitos. Y allí, solitario, en frente del grifo de la intersección de las avenidas Universitaria y Naranjal, seguía "El Rápido", que tal vez, si la fortuna no hubiera estado de parte de su chofer, hubiera aparecido en las primeras planas de los diarios como otra víctima de la imprudente Lima.

1 comentario:

C. de DiarioTec dijo...

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